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MONICA
1
¡ ANA. .. ANA! —llama Aimée con impaciencia —: ¡Ana... ¡
—Aqu í estoy, se ñ ora Aimée, ya llego ... corriendo llego ...
—¿Corriendo? Hace tres horas que te envié. Si te parece, podías haber tardado más.
—¡Ay!, señora Aimée, si es que el señor Renato me mandó a una cosa y tuve que hacerla.
—¿Renato? ¿A qué te mandó Renato?
—A que acompa ñ ara a la se ñ orita M ó nica a su cuarto y a que le di j era a la se ñ ora Catalina que la
señorita no se encontraba bien. El señor me mandó que hiciera eso y tuve que hacerlo.
—Naturalmente... olvidando por completo mis encargos, sabiendo que estoy aquí muriendo de
impaciencia, esperando que llegues... Habla pronto. ¿Pudiste ver a Juan... hablar con él?
—No, se ñ ora, el señor Juan dejó al notario con la palabra en la boca, cogió un caballo y se fue ...
—¿A dónde ?- ¿Qué rumbo tomó? ¿No te f i jaste?
—No, se ñ ora, con la boca abierta me quedé mirando al caballo correr. Y cuando venía para acá a
contárselo a usted, ¡ z a s ! , el ni ñ o Renato que me llama y yo que tengo que acompa ñ ar a la señorita M ó nica,
que tampoco me dejó que entrara a su cuarto ni que le dijera nada a doña Catalina. Entró ella primero, me
cerró la puerta en las narices y me d ejó fuera. Para mí que no estaba enferma, sino como asustada. Seguro
que la asustó el se ñ or Juan, que estuvo peleando con ella.
—¿Peleando con ella? ¿Cuándo?
—Cuando la encontró sonsacando al negrito ese que siempre va con él, al Colibrí. .. ¡Muchacho más
revoltoso y más travie s o, y más atrevido también ! Se robó una empanada dé la cocina, ¿y sabe lo que le
contestó a la cocinera?
—¿Qué puede i mportarme? Contéstame a lo que necesito saber. Antes de irse Juan, ¿con quién habló?.
¿Qué dijo? ¿Se fue inmediatamente después de discutir con M ó nica?
—No, se ñ ora, luego estuvo también con el notario pelea que te pelea. De ah í se fue como un tiro - a
buscar un caballo que ya había mandado ensillar. Se montó de un brinco, y después no se veía más qué la
polvareda...
Ó yeme, Ana —se impacienta Aimée—, es preciso, indispensable, que yo v ea a Juan antes de que
anochezca, que yo le hable. Tienes que encontrarlo, que darle ese recado de mi parte, pero sin que te sienta la
tierra, sin que nadie sospeche que fu i yo quien te mandé, ¿entiendes?
—Entiendo, señora. Pero, ¿cómo voy a hacer eso? Yo no sé ni a dónde fue...
—Pregúntale a , quien sea, a quien pueda darte razón. Espera, ¿el muchacho fue con él?
—No, é l se fue solo y hecho una furia.
—Pues busca al muchacho y tráemelo sin que nadie te vea, sin que nadie se entere de que soy yo quien
va a hablar con él. S í rveme bien . Ana, sírveme bien y tendrás la sortija más linda del mundo. .. y además
dinero, todo el dinero que. quieras. .. ¡ Anda... ve, corre !
Con gesto de determinación desesperada ha empujado Aimée a la oscura doncella nativa, obligándola a
acelerar el siempre pausado ritmo de sus movimientos. Luego va de un lado a otro por la lujosa alcoba sin
saber cómo calmarse, cómo aplacar sus nervios, som e tidos desde hace varias horas a - la penosa tensión de la
espera. Nunca pudo pensar que Juan del Diablo tomara tan rápidamente una determinación semejante.
Seguirle, huir con él, dejarlo todo, cambiar su posición y su riqueza por la suerte de aquel aventurero, por
muy atractivo que fuese para ella, por muy grande que fuese la sugestión que sobre sus sentidos ejerce, es
más de lo que humanamente está dispuesta a dar. No, no irá con él de aquella manera. Pero, ¿cómo apla-
carlo? ¿Cómo evitar la feroz venganza de sus celos? Pensando en él se estremece de temor y deseo a la vez.
Lo anhela y lo repudia, lo ama y lo aborrece, se desespera al no poder dominarlo a su antojo y le ama más al
verlo como es: duro y rebelde, f eroz en - su dominio, implacable en aquella amargura que ahora destilan sus
caricias y sus besos. . .
Ha caíd o de rodillas al pie de la ventana, apretadas una contra otra las manos engarfiadas, dilatadas las
pupilas que esp í an inútil y ansiosamente. Una fiera determinación se levanta también en su alma y prorrumpe
en voz alta:
—¡No será como a él se le antoja! ¡ Se r á como yo quiera ! 1 Tendrá que ser como yo quiera!
¡ Ana. .. Ana. . .! —se exaspera Aimée —. ¿Acabarás de mover esos malditos pies? ¿Acabarás de
llegar?
Ya llego, señora Aimé e . Pero es que hace un calor. ..
—jEl demonio cargue contigo! ¿Dónde está el ni ñ o?
—Pues no lo encontré, pero me dijeron dónde estaba el señor Juan. Fue al ingenio ... Yanina le estaba
diciendo a Bautista que el se ñ or Juan. ., Juan del Diablo como dice ella , había mandado ensillar el caballo
blanco del amo y había tumbado en él para el ingenio, y que había que ver cómo mandaba y cómo disponía,
como si el amo fuera él. Si usted quiere, yo puedo irme para allá. Ahora mismo están cargando en el patio os
carretones grandes con todo lo que van a mandar para el ingenio. . Yo puedo ir en uno de ellos y le digo al
señor Juan lo que usted me mande que le diga, mi ama. Que venga, ¿no?
—Sí. Que necesito hablarle, verlo ... Pero espera, espera ... No me fío mucho de que llegues a tiempo. —
Con angustia crecient e ha ido hacia la ventana. Ya el sol está muy bajo, apenas dora con sus últimos rayos la
cumbre altanera del Mont-Pelée, y murmura como para sí —: El me espera esta noche a las doce. ..
—De aquí a las doce hay mucho tiempo. ..
—¿Nadie ha preguntado por mi en la casa?
—Nadie ha salido de su cuarto desde esta mañana. Ni la señora Sofía, ni la señorita Mónica, ni la señora
Catalina... Y el se ñ or Renato está con el notario en el despac h o que fue del amo don Francisco, y lo único
que pidieron que les entraran fue co ñ ac y café. Yanina misma entró a llevárselo. Dijo que no podía entrar
otro a molestarlos, porque estaban arreglando las cuentas...
—Menos mal. Bueno, vas a buscar , dónde esté, al señor Juan. Vas a decirl e que estoy enferma, muy
enferma; que por piedad aguarde a la ma ñ ana para hablarme y para verme. Dile que se lo ruego llorando. ..
Dile. ..
—¿Por qué no me escribe todo eso en un papel, mi ama?
—¿En un papel? Sí, tienes razón. .. Pero. ..
—En un papel sin firmarlo. Yo ya le digo que es de usted. En su propia mano lo pongo. Sólo a él se lo
entrego. Se lo juro, mi ama, sólo a él. .. No tenga miedo. ..
—Voy a confiar en ti, Ana, voy a escribir ese papel, pero me respondes con tu vida de que sólo a Juan lo
has de entregar. .. ¡ Júramelo, Ana, júramelo!
—¡Por Dios y la Virgen del Cielo! ¡ Sólo al se ñ or Juan le daré el papel, y si no es así, que me caiga
muerta!
La oscura doncella ha jurado cruzando los dedos, y un instante Aimée parece vacilar entre la necesidad
perentoria de confiarse a ella y el pensar el arma terrible que fabrica contra sí misma en aquellas letras. Con
ansia febril va hasta el pequeño secreter y nerviosamente rebusca hasta hallar lo que necesita.
—Ana, vas a tener mucho ' cuidado con esto. Si alguien quiere quitártelo, si te ves en cualquier aprieto...
¡ Me como la carta antes que dársela a otro! Juradíto, mi ama. ..
—Está bien, e s tá bien ... —acata Aimée poniéndose a escribir, mas de pronto duda y rompe el papel —.
¡ NO puedo venderme de esa manera! Espera. .. ¿No sabes tú escribir . Ana?
—¿Yo escribir? ¡ Qué va! Sé sacar cuentas y pintar muy bonito. Yanina sí sabe escribir y leer. Le
pusieron maestro como a las niñas blancas. De las sirvientas, es la única que sabe escribir. Pero usted no va a
fiarse de ella. .. Además, si el señor Juan no ve su letra no va a creer que el papel es de usted ...
—El nunca vio mi letra. Pero espera... espera ... Puedo escribir un papel que no me comprometa
demasiado. Sí, eso es, él comprenderá. El comprenderá que no puedo mandar otra cosa contigo... El
entenderá...
Ahora sí escribe, rápida y firmemente, una carta ambigua, ceremoniosa, que es, sin embargo, un ruego
desgarrador. Luego la dobla, guardándola en un sobre con sus dedos que tiemblan, y murmura:
—Para Juan ... Para Juan de Dios... Sí... Es mejor así...
—¿Juan de Dios? —se extraña la sirvienta.
—Alguien le llama así... El entenderá perfectamente ... Pero tú dile que la carta es m í a, que estoy
realmente enferma, que la escrib í llorando desesperada ... Anda .... Ve, corre, no vayas a perder la oportunidad
de esa carreta...
—¡Qué va, mi ama! El que la lleva es Esteban y ése s í que es amigo mío para todo lo que sea. ..
Aimée ha empujado violentamente a la sirvienta y ha vuelto a la ventana. El último rayó de sol ha
desaparecido y una sola estrella, enorme, refulgente, brilla en el cielo azul muy pálido, sobre la cima del
Mont-Pelée ...
—Bueno, Renato, en definitiva ...
La voz se ha apagado en labios del notario, dándose cuenta de que Renato D'Autre m on t no le escucha. ..
Cruzados los brazos, de pie en medio de la amplia habitación que fuera el despacho de su padre, los claros
ojos inquisitivos recorren los estantes que llegan al techo, como si interrogasen a los viejos volúmenes
pretendiendo arrancarles el secreto que encierran...
—¿Qué tanto miras ahí, muchacho?
—Era en este panel ... Si. .. Detrá s de los libros, no sé si más arriba o más abajo, pero por aquí se abría un
hueco. :. Era un escondite, una especie de caja de h i erro a la moda del siglo pasado... Seguramente ah í
guardaría papá valores, papeles, cosas importantes. ..
—Tu padre tenía cuentas corrientes en todos los bancos de Saint-Pierre. No creo que guardara nada
importante en los escondrijos del despacho.
—Pues algo guardaba . Noel, y más de una vez, siendo yo n i ño, vi a mi. padre registrar en él. La última
fue la noche que precedió a la madrugada en la que nos lo trajeron moribundo después de su accidente ... Esta
casa es muy vieja. La mandó hacer uno de mis abuelos... La han ensanchado y renovado en muchas partes ,
pero el despacho no lo ha tocado nadie desde entonces...
—El despacho tiene, e l ectivamente, una puerta secreta en aquella esquina, y tú la conociste de niño. Al
menos, eso me di j o do ñ a Sofía esta mañana...
—¿Mamá? ¡ Habló mamá esta mañana con usted?
—Acabo de cometer una indiscreción diciéndotelo; pero, en fin, ya está hecho y no es posible recoger
velas. En efecto, hijo, hablamos. .. Entró aqu í cuando menos lo esperaba, precisamente por la puertecilla esa,
y me dio el gran susto...
—¿Por qué entró mi madre de esa manera? Por esquivar a Juan, ¿verdad? Por no verlo ni siquiera de
lejos. ..
—Bueno, hijo, sí. Es inútil que te lo niegue. Tu madre lo aborrece... y algo peor: le tiene miedo. A
veces parece uno tonto y supersticioso dejándose llevar de esas cosas, pero cuando el corazón de una
madre da un aviso ...
—No . diga tonterías . Noel. Usted también le tiene miedo a Juan del Diablo y no es por corazonadas ni
por presentimientos. Hay algo más positivo, más concreto... ¿Qué es lo que teme? ¿Que reclame su
herencia? No, no se alarme, Noel. Siéntese. .. vuelva a sentarse. Ya le dije, al traerlo a éste despacho, que
tenía que contarme varias historias viejas, y la primera de ellas la de mi padre. .. La de mi padre y la de
Juan. ..
—De Juan nadie sabe nada, hijo m í o. ..
—Usted si sabe . Noel, y mi madre también sabe... Y algo de Juan había en aquellos pape l es que yo le vi
escond e r a mi padre. Después de eso ocurrió la única escena realmente desagradable y vergonzosa que
recuerdo de mi niñez. .. Prefiero no hablar de eso, pero vuelvo a preguntarle, Noel: ¿Qué temen de Juan mi
madre y usted? Digame la verdad. .. la verdad, por cruda, por desagradable que parezca...
—Bueno, hijo, yo sólo temo a su carácter, a sus arrebatos, a su poca educación...
—Pero mi madre le temió siempre. Desde ni ñ o le inspiró odio y horror, y ahora evita el verlo porque su
presencia le hace daño. Cuando se enfrentó con él, se puso tan pálida que temí verla caer sin sentido. ¿Y sabe
por qué? Juan se parece extraordinariamente a mi padre ... Puede ser una coincidencia ... pero puede no serlo.
Y son tantos los detalles alrededor de ese asunto, que yo...
—Renato, h i jo mío... yo te ruego ... —le interrumpe Noel hondamente a purado.
—Yo soy quien le ruego que se calle . Noel. Soy ya un hombre hecho y derecho. Conozco la vida y no
voy a asustarme a estas alturas de que mi padre me haya dado un hermano fuera de la ley. ¿Por qué esa
turbación? ¿Por qué ese susto . Noel?
—No es susto, es preocupación y angustia ... ¿Cómo has llegado a pensar todo eso?, ¿Y cómo tomará tu
madre que lo sepas?
¡ Luego es cierto! Cálmese, cálmese . Noel, no le he tendido una trampa. Tenía la convicción moral. ..
La tengo desde hace mucho tiempo ... Creo que desde niño, a unque en forma inconsciente. Hasta hace.poco
no he querido pensar en ello porque a mí también me molestaba, pero lo he hecho y no ha sido difícil.
Anoche mismo estuve rondando por todos esos libreros. ¿Ve usted? En uno de estos lienzos, en uno de estos
tres, estaba el escondrijo. ..
—¿Para qué buscar escondrijos? —observa Noel dándose por vencido.
—Es cierto. ¿Para qué? Tengo la convicción y con ella debe bastarme, pero también me interesan los
detalles. ¿Cómo fueron las cosas? ¿Hasta qué punto tuvo razón mi madre para ser implacable? ¿Hasta dónde
sabe Juan quién es?
—A tu madre no la culpes, hijo m í o, sufrió mucho y todavía sigue sufriendo ,
—Supongo que su conversación secreta con usted fue alrededor de eso. ..
—Pues bien, si. Ella está ahora dispuesta a ser generosa ...
—Con tal que Juan se vaya, naturalmente —apostilla Renato con un dejo de amargura.
—Bueno, hijo, no hay que pedirle demasiado a una , mujer que vio su vida amargada y destrozada por causa
de esos amores que le dieron a Juan la existencia. Ella quiere borrar hue llas que le hieren, olvidar un pasado
cuyo recuerdo le es insoportable, verte feliz sin lastres ni taras e n tu vida, y nada de eso es criticable. Yo
siempre sentí por Juan compasión y afecto. ..
—Lo sé muy bien y por eso me sorprende su actitud de estos días. Aparte de nacer ... como nació, ¿ qué
ha hecho Juan para que usted haya cambiado así con él?
—No es lo que ha hecho. ..
—Ya. Es lo que puede hacer. Pero, ¿qué es ello? ¿Ha redamado? ¿Ha amenazado? ¿O acaso son
temores de otro género?
Su mano se ha apoyado, apremiante, en el hombro del notario. Tras breve lucha con su indecisión . Noel
parece decidirse:
—Mira, Renato, yo no sé más que lo que presiento, y lo que presiento son amarguras y disgustos que
pueden evitarse s i n darle a las cosas tantas vuelta s . Juan quiere irse, quiere volver al mar. .. Déjale que se
vaya. .. Más adelante, cuando las cosas cambien, buscaremos la fórmula de compensarle con una buena
cantidad de dinero que en una u otra forma se haga llegar a él. Pero, de momento. ..
—No, Noel, no decidiré nada hasta hablar con Juan, hasta mostrarle mi corazón y obligarle a que me
muestre el suyo. Es mi hermano, ¿se da usted cuenta? Esta verdad que para mi sólo existia a medias, ahora
está clara y diáfana. Tengo un hermano, un hermano en el que la noble figura de mi padre parece revivir.
Usted no puede imaginarse lo que significa esto para mí, y acaso tampoco pueda medir toda la felicidad que
me negaron de niño al negarme esta verdad íntima y humana. —Renato ha hablado con exaltado entusiasmo,
y en un arranque de emoción, ruega —: Cuéntemelo todo . Noel, dígame cuanto sepa de eso... Es la historia de
mi propia sangre ... ¡ NO me la niegue !
El viejo notario empieza a relatar la historia, tan bien conocida de él, desde aquella noche tormentosa en
la que el pequeño Juan del Diablo hizo el papel de mensajero de la muerte. Renato bebe, sediento de saber, el
relato pormenorizado, y, de pronto, indaga:
—¿Y esa carta . Noel?
—Bueno ... quedó en manos de tu padre, desde luego. Yo supongo que él la quemó o la rompió
después. ..
—O la guardó. ¡ Quién sabe. ..!
—Tal vez; aunque no lo creo. Tu padre, al principio, se mostró muy desconfiado. Bertolozi era un
hombre vengativo, cruel y traicionero ... Cualquier cosa podía esperarse de él: la mayor mentira, la mayor
infamia ... Estoy bien seguro que después de su perdón aparente, atormentó a Gina hasta hacer l a morir de
pena. Y en cuanto a Juan ...
—Puedo muy bien adivinar s u horrible infancia. ¡ Qué f ácil es perdonar su rudeza y sus defectos
sabiendo todo esto!
—Con cuánta razón temía tu madre que el saber todo esto te desarmara más frente a Juan, te quitara la
poca voluntad de defenderte que puedas tener...
—¿Qué piensa usted que pueda hacer Juan contra mí?
—Yo no pienso, pero tu madre teme y tiene razón en temer. No quiero ni pensar lo que dirá cuando sepa
todo esto.
—Yo hablaré con ella después de haber hablado con él. .. y acaso les dé a ella y a usted la sorpresa de
comprobar que se equivocaron. A veces, el corazón sabe más que la cabeza ... Juan no puede odiarme si yo
voy a él como hermano, si le demuestro todo lo sinceramente que le quiero, si noblemente me adelanto a
ofrecer lo que aun no ha pedido...
—¡No caigas en una locura de generosidad, Renato! Piensa que la sola existencia de Juan es, para tu
madre, una ofensa viva, candente; que aun el solo nombre de Gina Bertolozi la hiere como un cuchill o
envenenado.
—No puede ser. Mi madre tiene que ser más generosa ... Gina Bertolozi ya está muerta...
—Hay odios que no se aplacan ni con la muerte... Hay rencores . y celos de los que no tienes una idea.
Tú no has sufrido nunca, Renato, no puedes medir la amargura, el dolor, la desesperación a que el alma
desciende en algunos momentos. Tú no puedes ser juez, porque la vida fue hasta hoy, para ti, camino de
rosas. ..
—Tal vez por eso comprendo y compadezco más a los que sufren, y a Juan el primero. Voy a mandar a
buscarlo . Noel, para hablarle como a hermano. Para decirle...
—Seguramente, él lo sabe...
—Pero piensa que yo lo ignoro. .. Y si no lo piensa, cree algo peor: que soy insensible, egoísta. Quiero
que sepa que estoy d i spuesto a reparar, a devolver. .. que el mundo no es tan malo como él piensa...
—Ni tan bueno co m o tú imaginas, Renato. ¡Déjalo que se vaya. .. es el mayor deseo de tu madre !
—Hasta ahora mi madre cumplió en esta casa todos sus de ' seos, hasta los más injustos. Voy a
contrariarla por una sola vez y confío en que su contrariedad no dure demasiado.
Renato se ha levantado, ha ido hacia la pared y toca un timbre, ante lo cual, extrañado, Noel pregunta:
—¿Qué haces, hijo?
—Llamo a un sirviente para que vaya en busca de Juan. He aguardado quince años este momento.
—¿Y si Juan no mereciera tu generosidad, Renato? ¿Si no fuera ni siquiera capaz de comprenderlo? ¿Si
contestara a tu buena voluntad con sarcasmos, con desprec i o, acaso con una amarga ingratitud?
—Pensaría que la culpa no es de él, sino de los que le convirtieron en un paria, de los que le
desposeyeron de todo. Mi buen Noel, déjese de dudas y vacilaciones. No hay más que un camino y es el que
me se ñ ala mi conciencia ... —Unos golpes discretos, dados en la puerta, le interrumpen mom e ntáneamente y,
alzando la voz, invita —: Adelante. .. S i , Luis, yo fui quien te llamó. Busca al se ñ or Juan por toda la hacienda
y dile que lo espero en mi despacho, pues necesito hablar con él inmediatamente. Que se apresure, que no se
detenga por ninguna razón, y apresúrate tú también.
2
—¿QUE ES ES O , t í o Bautista?
—¿Eso ... ? Luis que pasó al galope, rumbo al ingenio. Entró en las cuadras pidiendo el mejor caballo
que hubiera porque tenía que ir, por orden del amo, en busca de Juan del Diablo.
—Conque mandaron a buscar a Juan del Diablo. ..
—Sí, el amo tiene mucha urgencia de hablar con él... Vamos a ver qué regalo le ofrecen ahora a ese
pordiosero que para nada sirve.
Junto a la ancha arcada del portal que da acceso a las habitaciones del ala izquierda, Bautista da rienda
suelta a su cólera, a su despecho. Acaba de salir de las caballe ri zas, - donde la última orden de Sofía le
confinara. Crecida la barba, revuelto el cabello, cubiertas de fango las altas botas y el látigo en la mano, es
algo bien diferente del otro tiempo omnipotente capataz de Campo Real. Junto a él, atenta siempre a los
menores ruidos, en aquel espionaje que es su vida entera, queda Yanina alerta a todo ru i do y movimiento, y
comenta pensativa:
—Lo único que quieren Noel y doña So f ía es que Juan del Diablo se vaya para siempre; pero hay
alguien que no quiere dejarle marchar...
—¿A quién te re f ieres?
—Ya lo verás. .. ya lo verán todos. Te dije que tuvieras paciencia ... Cálmate, tío.
—No me da la gana de calmarme. En las venas me hierve la sangre de ver lo que veo. .. Soy menos que
un perro en esta casa, pero el primer sirviente que vuelva a contestarme mal va a saber quién soy, aun cuando
me hayan quitado el mando para dárselo a un cualquiera. .
—Calla. Estáte quieto un momento. ¿Ves?
—No veo sino a la señora Aimée que se asoma a la ventana de, su cuarto.
—Todo el día ha estado en él, pero Ana ha entrado y salido más de cien veces... Es su confidente... su
criada de absoluta confianza. Seguramente cuenta con e l la hasta para los encargos más íntimos. .. ¡Oh, mira!
Ana sale Otra vez .. Algo va a pasar esta noche, y apostar í a a que sé lo que es.
—¿Pero qué locura ... ?
—Baja la voz. .. Ana se acerca. .. no, va para el otro patio. .. Voy tras ella. Algo va a pasar esta noche. ..
Ha echado a andar en pos de Ana. Bautista, preocupado, la sigue. Muy cerca está el enorme carretón
que debe salir rumbo al ingenio. A él enfila sus pasos Ana, mientras el rostro de Bautista se descompone de
cólera, al protestar:
—¿Ad o nde va esa imbécil? Ese es el carro que va para el ingenio;
—Naturalmente. Ana va a buscar a Juan del Diablo, va a llevarle un encargo o un recado de Aimée de
Molnar, estoy segura de eso. .
—No va a llevar nada, porque no va a subir a ese carro. Está prohibid a que las mujeres vayan en los
carros del ingenio. Soy el jefe de las caballer i zas, do ñ a So f ía me nombró ayer, y bastantes ganas tengo que
ajustarle las cuentas a esa. .. —Se ha dirigido con pasos rápidos al encuentro de Ana, y gritando enfurec i do, la
conmina —: ¡ Fuera de ese carro... abajo... fuera.! ¡ Bájate o te bajo arrastrando, ladrona !
¡ No soy ladrona... y no me bajo! Tengo que ir para el ingenio.
—¿Que no te bajas ... ? Te baj a rás de cabeza
—Esteban va a llevarme. .. La se ñ ora mandó que fuera. ..
—protesta Ana, f orcejeando con Bautista, y alzando la voz, grita angustiada— : ¡ Esteban. ... Esteban. . .!
—He dicho que no van mujeres en los carros del ingenio —recalca Bautista imperioso, mientras sujeta a
la mestiza sirvienta —. Esteban, maldito pollino. .. Coge las riendas y lárgate de una vez. ¡Que te largues, dije.
o vas a arrepentirte! ¡ Largo !
Bautista ha azotado a los caballos que parten asustados, mientras Esteban apenas acierta a sujetar las
riendas. Luego zarandea como un gui ñ apo a la doncella de Aimée, arrojándola lejos de un violento empellón,
al tiempo que afirma furioso:
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