Donoso,José - Este domingo.pdf

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J OSÉ D ONOSO
Este domingo
CLUB
BRUGUERA
1
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1ª edición junio, 1980
La presente edición es propiedad de Editorial Bruguera, S A
Mora la Nueva, 2 Barcelona (España)
© José Donoso, 1966
Diseño cubierta Nesle Soulé
Prmted m Spain
ISBN 84—02—07187—2
Deposito legal B 18128—1980
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S A
Carretera Nacional 152, km 21,650 Parets del Valles (Barcelona) 1980
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PARA ALBERTO PÉREZ
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EN LA REDOMA
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Los «domingos» en la casa de mi abuela comenzaban, en realidad, los sábados,
cuando mi padre por fin me hacía subir al auto:
—Listo..., vamos...
Yo andaba rondándolo desde hacía rato. Es decir, no rondándolo precisamente,
porque la experiencia me enseñó que esto resultaba contraproducente, sino más bien
poniéndome a su disposición en silencio y sin parecer hacerlo: a lo sumo me atrevía a toser
junto a la puerta del dormitorio si su siesta con mi madre se prolongaba, o jugaba cerca de
ellos en la sala, intentando atrapar la vista de mi padre y mediante una sonrisa arrancarlo
de su universo para recordarle que yo existía, que eran las cuatro de la tarde, las cuatro y
media, las cinco, hora de llevarme a la casa de mi abuela.
Me metía en el auto y salíamos del centro.
Recuerdo sobre todo los cortos sábados de invierno. A veces ya estaba oscureciendo
cuando salíamos de la casa, el cielo lívido como una radiografía de los árboles pelados y de
los edificios que dejábamos atrás. Al subir al auto, envuelto en chalecos y bufandas,
alcanzaba a sentir el frío en la nariz y en las orejas, y además en la punta de los pulgares, en
los hoyos producidos por mi mala costumbre de devorar la lana de mi guante tejido. Mucho
antes de llegar a la casa de mi abuela ya había oscurecido completamente. Los focos de los
autos penetrando la lluvia se estrellaban como globos navideños en nuestro parabrisas
enceguecedor: se acercaban y nos pasaban lentamente. Mi padre disminuía nuestra
velocidad esperando que amainara el chubasco. Me pedía que le alcanzara sus cigarrillos,
no, ahí no, tonto, el otro botón, en la guantera, y enciende uno frente a la luz roja de un
semáforo que nos detiene. Toco el frío con mi pulgar desnudo en el vidrio, donde el punto
rojo del semáforo se multiplica en millones de gotas suspendidas; lo reconozco pegado por
fuera a ese vidrio que me encierra en esta redoma de tibieza donde se fracturan las luces que
borronean lo que hay afuera, y yo aquí, tocando el frío, apenas, en la parte de adentro del
vidrio. De pronto, presionada por la brutalidad de mi pulgar, una de las gotas rojas se abre
como una arteria desangrándose por el vidrio y yo trato de contener la sangre, de estancarla
de alguna manera, y lo miro a él por si me hubiera sorprendido destruyendo..., pero no:
pone en movimiento el auto y seguimos en la fila a lo largo del río. El río ruge encerrado en
su cajón de piedras como una fiera enjaulada. Las crecidas de este año trajeron devastación
y muerte, murmuran los grandes. Sí. Les aseguraré que oí sus rugidos: mis primos
boquiabiertos oyéndome rugir como el río que arrastra cadáveres y casas..., sí, sí, yo los vi.
Entonces ya no importa que ellos sean cuatro y yo uno. Los sábados a ellos los llevan a la
casa de mi abuela por otras calles, desde otra parte de la ciudad, y no pasan cerca del río.
Hasta que doblamos por la calle de mi abuela. Entonces, instantáneamente, lo
desconocido y lo confuso se ordenaban. Ni los estragos de las estaciones ni los de la hora
podían hacerme extraña esta calle bordeada de acacias, ni confundirla con tantas otras calles
casi iguales. Aquí, la inestabilidad de departamentos y calles y casas que yo habitaba con
mis padres durante un año o dos y después abandonábamos para mudarnos a barrios
distintos, se transformaba en permanencia y solidez, porque mis abuelos siempre habían
vivido aquí y nunca se cambiarían. Era la confianza, el orden: un trazado que reconocer
como propio,' un saber dónde encontrar los objetos, un calzar de dimensiones, un reconocer
el significado de los olores, de los colores en este sector del universo que era mío.
Siempre se habló del proyecto municipal de arrancar esos acacios demasiado viejos:
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