Jo Beverley - Malloren 5 - Diabolica.doc

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(quinto libro de la saga de los Malloren)

 

 

 

  

 

 

Capitulo 1

 

Londres, junio de 1763

 

Las puertas del club Savoir Faire se abrieron arrojando un rastro de luz a la calle en medianoche, provocando una repentina agitación entre los sirvientes que hacían tiempo en el exterior. Unos cuantos mozalbetes con antorchas se adelantaron corriendo y sus hachas flamearon para ofrecer luz a los caballeros en su camino a casa. No obstante, un estático lacayo hizo sonar un silbato, y desde uno de los carruajes alineados en la calle llegó una respuesta aguda. Los farolillos del carruaje se encendieron al instante, y se pudo ver cómo un mozo retiraba los morrales de los dos caballos.

El lacayo de librea se volvió para asegurarse de que los cargantes mozalbetes no molestaban a su señor, el gran marqués de Rothgar, y su medio hermano, su señoría lord Bryght Malloren. Con un par de comentarios desvergonzados, los muchachos se dispersaron de vuelta a una partida de dados que había quedado abandonada en las sombras.

Pese al refinado encaje que relumbraba pálidamente en sus gargantas y muñecas, y el destello fulgurante de las joyas, el marqués y su hermano no necesitaban protección. Ambos llevaban espadas cortas, enfundadas en vainas doradas con cintas ornamentales que no las hacían menos letales, especialmente en manos de ellos.

Los dos charlaban mientras esperaban a que el carruaje se detuviera delante de ellos. Entonces las puertas del selecto club volvieron a abrirse y un nuevo grupo surgió entre risas, con uno de sus integrantes cantando con voz muy desafinada.

En ese momento cambió de canción:

Pues la castidad es un noble estado, Lástima que no dure, ¿ eh?

La dama sí que ha protestado,

Pero el caballero estaba desnudo, ¡eh!

Los dos hermanos se volvieron, sus espadas desenvainadas con un siseo.

-Creo -dijo el marqués en voz baja- que esa canción pasó de moda hace casi dos años. ¿Os disculparéis, claro está, por ir tan desfasado, señor?

La canción era una de las tonadas groseras que habían circulado por la ciudad cuando lady Castito Ware fue descubierta en su cama con un hombre desnudo. La joven había declarado su inocencia, pero fue necesaria la intervención de los Malloren para demostrarlo y que volviera a ser aceptada en sociedad. Chastity era ahora la esposa del medio hermano mas joven del marqués, lord Cynric, ahora lord Raymore.

El hombre rubio que había cantado, trastornado tal vez por la bebida, hizo un gesto despectivo a las espadas.

-Que me caiga muerto antes que disculparme. Un hombre puede cantar si quiere.

-¡Esa canción, no! -replicó bruscamente lord Bryght, moviendo la punta de su hoja para tocar la garganta del hombre. El cantante no se amedrentó, pero sus compañeros retrocedieron con expresión de no dar crédito a lo que estaba sucediendo.

El marqués empleó la punta de su hoja para apartar la de su hermano.

-No tendremos disputas callejeras, Bryght, o asesinatos. -Echó una ojeada al insolente cantante-. ¿Vuestro nombre, señor?

La mayoría de los hombres de Londres se acobardarían ante el tono gélido del hombre al que muchos llamabas el Marqués Siniestro, sin embargo, éste sólo mostró más desdén. -Curry, milord. Sir Andrew Curry.

-Entonces, sir Andrew, os disculparéis por cantar desafinado-. Las ventanas de la nariz del hombre se agitaron, pero la expresión de mofa continuó allí.

-No me digáis que seguís intentando lanzar flores a la pila del estiércol, milord marqués. La riqueza y el poder lo permiten, pero el hedor siempre perdurará.

-Especialmente el de un cadáver -señaló el marqués-. Me temo que tendremos que batirnos, sir Andrew. ¿Vuestro padrino?

En vez de mostrar alarma, Curry sonrió. -¿Giller?

Uno de sus secuaces, excesivamente engalanado y con nariz respingona, pareció tragar saliva, pero dijo:

-Por supuesto, Curry. A vuestro servicio.

-Lord Bryght actuará en mi representación -dijo el marqués-. Pero sin duda nos pondremos de acuerdo en los detalles. ¿Armas?

-¿Espadas?

-Espadas a las nueve, entonces, en el estanque del parque de St. James. Ese tan popular entre los suicidas. -Tras enfundar la espada, Rothgar subió a su carruaje coronado.

Lord Bryght enfundó su propia espada, inquieto por el buen humor de Curry.

-¿Giller? Haceros a un lado conmigo, por favor.

-¿Por qué? -preguntó el hombre regordete, lleno de alarma.

-Porque sois mi padrino, cabeza de chorlito -le aclaró Curry-. Es evidente que lord Bryght es meticuloso con esas cosas. Id a asegurarle que no me disculparé.

Giller avanzó trastabillando sobre sus tacones altos, con aspecto de temer ser atravesado.

Bryght dijo:

-Es nuestro deber, señor Giller...

-Sir Parkwood Giller, milord.

-Mis disculpas, sir Parkwood. Es nuestro deber intentar procurar una reconciliación. Hablad con sir Andrew y, si cambia de idea, contactad conmigo en la mansión Malloren, Marlborough Square.

-¡Cambiar de idea! -declaró Giller-. ¿Curry? No creo. Intente más bien convencer al marqués de que evite su suicidio. -Se dio media vuelta, con la nariz al aire, y volvió a trompicones junto a sus amigos.

De modo que era lo que suponía. Curry era un duelista profesional.

Bryght subió al carruaje y éste se puso en marcha, pero tras ellos, los cánticos volvieron a iniciarse. Bryght maldijo, pero su hermano le puso una mano en el brazo.

-Mañana se solventará de la manera apropiada, Bryght.

-¿La manera apropiada?¿Por qué diablos te enfrentas a un hombre como ése? Podías haberle dado su merecido por cantar esa canción y nadie habría puesto reparos.

-¿Crees que no? Esto no es la Francia autocrática, y, además, parecía decidido a buscar un duelo.

-Normalmente no eres tan complaciente con quienes lo buscan -respondió Bryght bruscamente, pues aquello tenía que ver con una cuestión para la cual había venido a Londres. No obstante, ahora, decididamente, no era el momento. Si su hermano se lo tomaba mal, pondría fin a la cuestión de forma tajante.

Rothgar esbozó una leve sonrisa bajo la luz vacilante de la lámpara del carruaje.

-Habría resultado difícil evitar el duelo, Bryght, y siento curiosidad por saber quién me quiere muerto.

Bryght miró a su hermano.

-¿De modo que ya conoces la reputación de este hombre?

-Un camorrista y probablemente un tramposo que se sale con la suya por el miedo de la gente a su habilidad con la espada. Necesita una lección.

-Pero, ¿por qué tienes que dársela tú? -Rothgar era bueno, realmente bueno, pero siempre había alguien mejor. Inculcó aquella lección a sus medio hermanos pequeños como preparación para salir al mundo.

Rothgar no contestó, y Bryght recordó lo que su hermano acababa de decir.

-¿Crees que es un asesino a sueldo? Al diablo, Bry, ¿quién te querría muerto?

Rothgar dedicó a su hermano una de sus miradas engañosamente apacibles.

-¿Crees que no merezco odio y temor?

Bryght se rió -Rothgar conseguía a menudo ese efecto en él-, pero replicó:

-No conseguirá que el duelo sea un asunto mortal. Los duelos mortales pueden llevar a un hombre a prisión en estos días.

-¿Y qué otra cosa puede importar en este caso? Y él es exactamente el tipo de granuja desarraigado al que no le importa huir a Francia, especialmente si lleva consigo una buena bolsa de dinero ensangrentado para consolarse.

-¿El dinero de quién?

-Esa es una pregunta interesante. No soy consciente de ningún enemigo capaz de llegar a tanto. Lo cual ciertamente es bastante deshonroso. Sin duda, la pasión de los enemigos de uno debería calibrar la altura de sus triunfos.

-Probablemente tienes enemigos que ni siquiera conoces. -El ánimo casi juguetón de Rothgar estaba irritando a Bryght-. El problema de ser el «Marqués Siniestro» y la éminence noire de Inglaterra es que resulta muy fácil que cualquiera te haga culpable de sus desgracias-.

Rothgar se rió.

-¿Como una bruja de pueblo llena de verrugas? ¿A la que la gente sencilla culpa por cada niño deformado u oveja que muere repentinamente?

Bryght tuvo que reírse también, ya que era difícil imaginarse una representación más improbable de su elegante y sofisticado hermano. No obstante, mientras el coche se paraba ante el patio de la mansión Malloren, el humor decayó. ¿De verdad alguien quería ver muerto a su hermano?

Tras una noche inquieta, a la mañana siguiente, Bryght se planteaba todavía esa pregunta cuando el carruaje de ambos llegó a la zona del parque de St. James cercana al reluciente estanque.

-¡Por todos los demonios! ¿Por qué hay tanta gente aquí? Es un duelo, no una actuación teatral.

-¿Hay alguna diferencia? -preguntó Rothgar con sequedad mientras descendía del coche. Bryght no podía saber si su hermano había dormido bien, pero éste mantenía su aspecto normal y calmoso.

Bryght descendió y miró fijamente a la multitud. La mayor parte de la sociedad londinense parecía estar aquí; al menos la parte masculina. Tras el círculo elegante de personas con encajes y galones, se encontraban los rangos inferiores, estirándose para intentar ver. Algunos, maldición, llevaban niños a los hombros, y había unos cuantos hombres, mujeres y niños que ya se habían subido a los árboles próximos. En la distancia, la gente se agolpaba en las ventanas de las casas que daban al parque. Los destellos que reflejaban la luz del sol le comunicaron que algunos tenían telescopios.

Aunque todo lo que hacía su hermano provocaba gran excitación popular, esto era por completo impropio de un duelo de honor.

¿Quién demontre habría alertado a todo el mundo? Casi convertía el duelo en una pantomima.

Entonces Bryght divisó a lord Selwyn delante de la multitud. Selwyn sentía una morbosa debilidad por las ejecuciones públicas y viajaba a Europa para poder contemplar las más horripilantes. No se habría levantado temprano para presenciar una pantomima.

Selwyn, como mínimo, esperaba disfrutar hoy de alguna muerte en este escenario.

Bryght se percató de que él mismo estaba mirando a su alrededor de manera demasiado reveladora. Se obligó a relajarse, sacó una caja de plata y extrajo un pellizco de rapé. Aunque al casarse había abandonado los juegos londinenses para trasladarse al campo, no había olvidado las reglas. Uno no daba muestras de temor, ni tan siquiera de preocupación por la seguridad personal. Rara vez en privado. En público jamás.

Si no, como sucede en el mundo animal, eres rechazado.

Volvió su atención al oponente de Rothgar. Curry ya estaba en camisa y pantalones, y mostraba un cuerpo delgado y fuerte como una trenza de látigo. Su altura y envergadura debían de ser similares a las de su hermano.

Bryght deseó terriblemente que Cyn estuviera aquí. Pese a la falta de altura, Cyn tenía ese algo adicional, ese instinto y reflejo que hacían al genuino espadachín. Posiblemente era incluso mejor que Rothgar. Hasta podría decirse que esta pelea era de Cyn, puesto que el insulto había ido dirigido a su mujer.

Curry tomó el estoque que sostenía un asistente para empezar a practicar pases y estocadas.

-Maldición -murmuró Bryght-. Es zurdo.

-Una ventaja verdaderamente siniestra -comentó Rothgar mientras su asistente personal le quitaba la casaca-. Lo sé.

Era una especie de reprimenda. Por supuesto, Rothgar lo sabía. Su hermano jamás mantenía ni el más insignificante encuentro casual sin investigación previa. Entre la noche pasada y ahora sin duda habría descubierto cuántos chinches tenía Curry en la cama.

-Como pensé, es bueno -dijo Rothgar mientras su asistente le libraba del largo chaleco-. Se ha enfrentado en tres duelos en Inglaterra y los ha ganado todos, dejando a sus contrarios con heridas feas pero no letales. Dicen los rumores que ha matado a dos hombres en Francia.

Bryght recurrió a su formación para actuar del mismo modo despreocupado que su hermano, pero una inquietud verdadera le sacudía interiormente. Rothgar practicaba con regularidad con un maestro, y había insistido en que todos sus hermanos hicieran lo mismo, precisamente como protección contra esta clase de incidentes. Una excusa fraudulenta para un duelo.

Pero, ¿sería su hermano lo bastante bueno?

Fettler, el asistente personal del marqués, estaba doblando calmadamente la casaca y el chaleco que él se había quitado. El lacayo de librea que sostenía la funda dorada con incrustaciones del estoque de su señor no parecía alarmado. Estaba claro que Rothgar, a ojos de sus criados, ya era el vencedor. Bryght deseó disponer de aquella seguridad ignorante. Ningún enfrentamiento entre espadachines avezados era certero.

Rothgar se volvió a él.

-Vamos. Cumple con tus funciones secundarias. ¿Cuáles son las primarias?

Su hermano hizo girar su sello de rubí para sacárselo y a continuación se lo pasó.

-Asumir mis responsabilidades si las cosas se tuercen. -Con una leve sonrisa, añadió-: Reza, querido mío, por mi victoria.

-No seas tan estúpido, pardiez. -¿Ansías el marquesado?

.-Sabes que no. Quería decir que, por supuesto, rezo por tu victoria.

-Pero dudo mucho que alguna de nuestras voces sea escuchada por los ángeles. Entonces, adelante, y haz un último intento de firmar la paz.

-¿Hay alguna posibilidad de que aceptes?

Rothgar estaba metiéndose los volantes de encaje por dentro del puño.

-¡Pero, por supuesto! ¿Me crees un animal? Si ese rufián se arrastra hasta aquí de rodillas rogando perdón, podrá huir ileso al exilio.

Aunque Bryght habría establecido exactamente las mismas condiciones, sintió ganas de entornar los ojos mientras caminaba un tramo entre los dos grupos y esperaba. La posibilidad de una disculpa era inexistente, pero uno siempre tenía que dar los pasos correctos.

Sir Parkwood Giller se adelantó con aire afectado para reunirse con él, disfrutando claramente de su papel protagonista en este drama popular. Incluso sacó un pañuelo llamativo, ribeteado de encaje, para sacudirlo al aire mientras hacía una inclinación demasiado baja en medio de una nube nauseabunda de perfume barato.

-¡Milord!

Bryght ocultó su disgusto con la más leve de las inclinaciones. -Vengo a preguntamos si vuestro delegante se ha percatado de su error.

-¡Error! -El pañuelo volvió a flotar. Tal vez constituyera un arma secreta-. Cáspita, no, milord. Pero si el marqués comprende que su ofensa estaba fuera de lugar...

-Bromeáis.

-En absoluto. Todo el mundo sabe...

-Giller, los días en que los padrinos se enzarzaban también en combate han quedado atrás, pero os complaceré si insistís. Pañuelos a veinte pasos. No, mejor treinta.

El color blanco apareció en los ojos de Giller, o más bien, para ser precisos, un rosa inyectado en sangre.

-No... en absoluto, milord. ¡Podéis estar tranquilo!

-Qué inteligente. -Bryght expresó entonces los términos de su hermano, ante los cuales la nariz chata de Giller se estrechó. El hombre se puso tieso con gesto de agravio.

-¡Entonces que el duelo continúe, milord!

-Es vuestro deber transmitir las condiciones a vuestro delegante, como yo transmitiré las de Curry al mío. -Con una brusca inclinación, Bryght regresó junto a su hermano.

-Aceptación completa de que Chastity es una ramera, por supuesto.

Rothgar, que estaba calentando y distendiendo sus músculos, ni siquiera contestó. Bryght no dijo nada más, pues sabía que su hermano tenía su propia manera de prepararse y concentrarse mentalmente antes de la esgrima. Era algo que no había sido capaz de lograr con la misma eficacia. Lo cual era sin duda el motivo de que Rothgar y Cyn siempre acabaran derrotándole.

Si pensaba en ello, el valentón Cyn tampoco parecía hacer mucha preparación mental antes de una disputa. Con él era el puro talento del rayo. Bryght deseó otra vez que Cyn estuviera aquí. Habría hecho rodajas a Curry disfrutado de cada minuto. Seis años de soldado le habían endurecido de forma destacable a la hora de enfrentarse a la muerte.

Todo el mundo estaba esperando entonces a que Rothgar indicara que estaba listo. Bryght ciertamente no quería darle prisas, pero tenía ganas de que procedieran, que acabaran con aquello. Por supuesto, era bastante probable que este retraso estuviera ideado para desequilibrar a Curry. El hombre ya había detenido sus ejercicios y había empezado a marchar adelante y atrás con obvia impaciencia, actuando para la multitud.

La multitud, aunque inquieta, no daba muestras de hacer costado a Curry. Cuando rondaba la muerte, la impaciencia no estaba bien vista.

Rothgar hizo una pausa, como si considerara el momento, luego te estiró, dedicó a Bryght una de sus poco habituales sonrisas y se encaminó al centro del espacio.

Dios, sí que estaba magnífico.

Siempre se movía con gracia fluida, pero antes de la esgrima cambiaba ligeramente, como si el equilibrio de todo su cuerpo se desplazara una fracción letal. Por supuesto, se había quitado sus zapatos de tacón, pero, además, había dejado la gracia estudiada del cortesano para desatar la belleza del predador que escondía debajo.

Alto, de hombros anchos, delgado y musculoso: la verdad ya no quedaba disimulada la elegancia y el artificio del noble vestido a la moda. Un mutismo se apoderó de la multitud, y Bryght supo que era algo más que la anticipación del duelo. Era admiración reverente. Todo el mundo estaba familiarizado con el aristócrata que tanta influencia ejercía en Inglaterra sin ocupar ningún cargo político. No obstante, eran pocos los que habían visto con anterioridad qué había bajo los modales, el ingenio y la seda.

Bryght se preguntó si la renuencia de Rothgar a participar en duelos se debería a algo más que el simple hecho de que tenía cosas mejores que hacer. Tal vez no le agradaba dejar al descubierto esta capa adicional de poder. En estos momentos se hacía evidente en su fuerte cuerpo y rasgos delgados, inmóviles y concentrados en su mortal oponente.

Curry no pareció percibir el cambio. Con un enojo audible, avanzó con seguridad para reunirse con su oponente, y sólo entonces adoptó la postura del floretista, y una versión bastante rígida.

Bryght se relajó levemente. Tal vez no estuvieran igualados después de todo.

No exactamente. Desde el primer choque ligero de las espadas, Curry también cambió, y estaba claro que su reputación era merecida. Era más temerario que científico, pero era fuerte, rápido y experimentado, y tenía esa ventaja de ser zurdo. Incluso poseía algo de esa chispa mágica que llevaba la esgrima más allá de la velocidad y la técnica, un sentido especial que le hacía capaz de evitar lo inevitable y aprovechar el menor desliz.

Las hojas ligeras pero letales resonaban y resbalaban, los pies calados con medias pisaban sordamente la flexible hierba hacia delante y atrás, cuerpos ágiles se flexionaban y doblaban, se recuperaban, se tiraban, se contraían, se abalanzaban...

Las hojas atacantes eran repelidas, pero no siempre sin contacto.

Enseguida, pese al fresco aire de la mañana, los dos hombres estuvieron sudando profusamente, con el pelo ondeante, desatado de las cintas. Las camisas de ambos estaban marcadas de cortes rojos. No eran más que rasguños por el momento, pero el corazón de Bryght latía aceleradamente, como debía de hacerlo el de su hermano. Maldición, por poco. Un desliz podía zanjar el enfrentamiento, o tal vez fuera cuestión de aguante.

Los dos hombres luchaban en silencio al ritmo de la música de las cuchillas, todo concentración en la mirada y en la mano. Y en la espada: la extensión flexible de la mano, brazo y cuerpo. Pies ágiles y fuertes piernas les llevaban adelante y atrás a una velocidad letal. Los dos debían de saber que la contienda estaba igualada, pues ahora arriesgaban más, buscando desequilibrar al oponente.

Curry embistió por arriba para forzar un quite dificultoso, que de todos ocasionó un corte con la punta en el hombro de Rothgar. Curry tenía dispuesta ya una segunda estocada esta vez al corazón, pero por algún milagro, Rothgar mantuvo el equilibrio y apartó bien lejos la espada con un golpe.

Ambos hombres retrocedieron, jadeando y chorreando sudor, luego volvieron a abalanzarse hacia delante. Aquello no podía durar mucho más. Luego, Rothgar rechazó otra estocada inteligente y se estiró, se estiró casi más allá de la fuerza y el equilibrio, hasta que la punta de su estoque penetró en el pecho de Curry justo debajo del esternón. No con suficiente profundidad como para matar. Ni siquiera lo bastante profundo como para que la herida fuera seria. Pero el instinto hizo que el hombre se tambaleara hacia atrás, conmocionado, con la mano en la herida, y la multitud soltó un resuello.

Pensando, tal vez, que le había matado.

Tal vez él pensara lo mismo.

Con un suave latigazo, Rothgar le picó en el muslo provocando que la sangre corriera libremente. Curry intentó recomponerse, recuperar su equilibrio y control, pero la espada de Rothgar pasó rozando una confusa defensa del corazón y perforando en profundidad el hombro izquierdo.

La herida mutiladora. Curry viviría, pero, a menos que tuviera mucha, mucha suerte, no volvería a usar nunca más la espada con su brazo izquierdo.

Bryght se percató de que había dejado de respirar y tomó aire. Alrededor de él, los vítores y aplausos volvían todo aquello tan absurdo como una escena popular en la ópera.

Curry, había que reconocérselo, cogió con su mano derecha la espada caída e intentó continuar, pero Rothgar le desarmó con unos pocos movimientos. Su espada finalmente descansó en el pecho agitado del hombre, colocada con intención sobre la leve herida. Aún aspirando aire, dijo:

-Doy por supuesto que ahora estáis decidido a cantar canciones puestas al día y afinadas.

La rabia llameó en los ojos de Curry, la rabia de quien nunca ha sido derrotado, de quien se considera invulnerable, y en cierto modo sigue pensándolo.

-Al infierno las canciones. Lady Chastity Ware era una puta y aun es...

Murió, con su cora...

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