Oráculo manual y arte de prudencia - Baltasar Gracián.pdf

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historia
Baltasar Gracián:
Oráculo manual y arte de prudencia
(Huesca, Juan Nogués, 1647).
Edición de Emilio Blanco.
AL LECTOR
Ni al justo leyes, ni al sabio consejos; pero ninguno supo bastantemente para sí. Una
cosa me has de perdonar y otra agradecer: el llamar Oráculo a este epítome de aciertos del
vivir, pues lo es en lo sentencioso y lo conciso; el ofrecerte de un rasgo todos los doce Gracianes,
tan estimado cada uno, que El Discreto apenas se vio en España cuando se logró en Francia,
traducido en su lengua e impreso en su Corte. Sirva éste de memorial a la razón en el banquete
de sus sabios, en que registre los platos prudenciales que se le irán sirviendo en las demás obras
para distribuir el gusto genialmente.
1. Todo está ya en su punto, y el ser persona en el mayor. Más se requiere hoy para un
sabio que antiguamente para siete; y más es menester para tratar con un solo hombre en estos
tiempos que con todo un pueblo en los pasados.
2. Genio e ingenio. Los dos ejes del lucimiento de prendas: el uno sin el otro, felicidad a
medias. No basta lo entendido, deséase lo genial. Infelicidad de necio: errar la vocación en el
estado, empleo, región, familiaridad.
3. Llevar sus cosas con suspensión. La admiración de la novedad es estimación de los
aciertos. El jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni de gusto. El no declararse luego
suspende, y más donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga
misterio en todo, y con su misma arcanidad provoca la veneración. Aun en el darse a entender se
ha de huir la llaneza, así como ni en el trato se ha de permitir el interior a todos. Es el recatado
silencio sagrado de la cordura. La resolución declarada nunca fue estimada; antes se permite a la
censura, y si saliere azar, será dos veces infeliz. Imítese, pues, el proceder divino para hacer estar
a la mira y al desvelo.
4. El saber y el valor alternan grandeza. Porque lo son, hacen inmortales; tanto es uno
cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias, mundo a oscuras. Consejo y fuerzas,
ojos y manos: sin valor es estéril la sabiduría.
5. Hacer depender. No hace el numen el que lo dora, sino el que lo adora: el sagaz más
quiere necesitados de sí que agradecidos. Es robarle a la esperanza cortés fiar del agradecimiento
villano, que lo que aquella es memoriosa es éste olvidadizo. Más se saca de la dependencia que de
la cortesía: vuelve luego las espaldas a la fuente el satisfecho, y la naranja exprimida cae del oro
al lodo. Acabada la dependencia, acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección,
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y de prima en experiencia, entretenerla, no satisfacerla, conservando siempre en necesidad de sí
aun al coronado patrón; pero no se ha de llegar al exceso de callar para que yerre, ni hacer
incurable el daño ajeno por el provecho propio.
6. Hombre en su punto. No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando en la persona,
en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de
eminencias. Conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del
juicio, en lo defecado de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo;
tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y
aun deseado del singular comercio de los discretos.
7. Excusar victorias del patrón. Todo vencimiento es odioso, y del dueño, o necio, o fatal.
Siempre la superioridad fue aborrecida, cuanto más de la misma superioridad. Ventajas vulgares
suele disimular la atención, como desmentir la belleza con el desaliño. Bien se hallará quien
quiera ceder en la dicha, y en el genio; pero en el ingenio, ninguno, cuanto menos una soberanía.
Es éste el atributo rey, y así cualquier crimen contra él fue de lesa Majestad. Son soberanos, y
quieren serlo en lo que es más. Gustan de ser ayudados los príncipes, pero no excedidos, y que el
aviso haga antes viso de recuerdo de lo que olvidaba que de luz de lo que no alcanzó. Enséñannos
esta sutileza los astros con dicha, que aunque hijos, y brillantes, nunca se atreven a los
lucimientos del sol.
8. Hombre inapasionable , prenda de la mayor alteza de ánimo. Su misma superioridad le
redime de la sujeción a peregrinas vulgares impresiones. No hay mayor señorío que el de sí
mismo, de sus afectos, que llega a ser triunfo del albedrío. Y cuando la pasión ocupare lo
personal, no se atreva al oficio, y menos cuanto fuere más: culto modo de ahorrar disgustos, y aun
de atajar para la reputación.
9. Desmentir los achaques de su nación. Participa el agua las calidades buenas o malas de
las venas por donde pasa, y el hombre las del clima donde nace. Deben más unos que otros a sus
patrias, que cupo allí más favorable el cenit. No hay nación que se escape de algún original
defecto: aun las más cultas, que luego censuran los confinantes, o para cautela, o para consuelo.
Victoriosa destreza corregir, o por lo menos desmentir estos nacionales desdoros: consíguese el
plausible crédito de único entre los suyos, que lo que menos se esperaba se estimó más. Hay
también achaques de la prosapia, del estado, del empleo y de la edad, que si coinciden todos en un
sujeto y con la atención no se previenen, hacen un monstruo intolerable.
10. Fortuna y Fama. Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera
para vivir, la segunda para después; aquella contra la envidia, esta contra el olvido. La fortuna se
desea y tal vez se ayuda, la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue, y es
hermana de gigantes la fama; anda siempre por extremos, o monstruos, o prodigios, de
abominación, de aplauso.
11. Tratar con quien se pueda aprender. Sea el amigable trato escuela de erudición, y la
conversación enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros, penetrando el útil del aprender
con el gusto del conversar. Altérnase la fruición con los entendidos, logrando lo que se dice en el
aplauso con que se recibe, y lo que se oye en el amaestramiento. Ordinariamente nos lleva a otro
la propia conveniencia, aquí realzada. Frecuenta el atento las casas de aquellos héroes cortesanos,
que son más teatros de la heroicidad que palacios de la vanidad. Hay señores acreditados de
discretos que, a más de ser ellos oráculos de toda grandeza con su ejemplo y en su trato, el cortejo
de los que los asisten es una cortesana academia de toda buena y galante discreción.
12. Naturaleza y arte; materia y obra. No hay belleza sin ayuda, ni perfección que no dé
en bárbara sin el realce del artificio: a lo malo socorre y lo bueno lo perfecciona. Déjanos
comúnmente a lo mejor la naturaleza, acojámonos al arte. El mejor natural es inculto sin ella, y les
falta la mitad a las perfecciones si les falta la cultura. Todo hombre sabe a tosco sin el artificio, y
ha menester pulirse en todo orden de perfección.
13. Obrar de intención, ya segunda, y ya primera. Milicia es la vida del hombre contra la
malicia del hombre, pelea la sagacidad con estratagemas de intención. Nunca obra lo que indica,
apunta, sí, para deslumbrar; amaga al aire con destreza y ejecuta en la impensada realidad, atenta
siempre a desmentir. Echa una intención para asegurarse de la émula atención, y revuelve luego
contra ella venciendo por lo impensado. Pero la penetrante inteligencia la previene con
atenciones, la acecha con reflejas, entiende siempre lo contrario de lo que quiere que entienda, y
conoce luego cualquier intentar de falso; deja pasar toda primera intención, y está en espera a la
segunda y aun a la tercera. Auméntase la simulación al ver alcanzado su artificio, y pretende
engañar con la misma verdad: muda de juego por mudar de treta, y hace artificio del no artificio,
fundando su astucia en la mayor candidez. Acude la observación entendiendo su perspicacia, y
descubre las tinieblas revestidas de la luz; descifra la intención, más solapada cuanto más sencilla.
De esta suerte combaten la calidez de Pitón contra la candidez de los penetrantes rayos de Apolo.
14. La realidad y el modo. No basta la sustancia, requiérese también la circunstancia.
Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y razón. El bueno todo lo suple: dora el no , endulza
la verdad y afeita la misma vejez. Tiene gran parte en las cosas el cómo, y es tahúr de los gustos el
modillo. Un bel portarse es la gala del vivir, desempeña singularmente todo buen término.
15. Tener ingenios auxiliares. Felicidad de poderosos: acompañarse de valientes de
entendimiento que le saquen de todo ignorante aprieto, que le riñan las pendencias de la
dificultad. Singular grandeza servirse de sabios, y que excede al bárbaro gusto de Tigranes, aquel
que afectaba los rendidos reyes para criados. Nuevo género de señorío, en lo mejor del vivir hacer
siervos por arte de los que hizo la naturaleza superiores. Hay mucho que saber y es poco el vivir,
y no se vive si no se sabe. Es, pues, singular destreza el estudiar sin que cueste, y mucho por
muchos, sabiendo por todos. Dice después en un consistorio por muchos, o por su boca hablan
tantos sabios cuantos le previnieron, consiguiendo el crédito de oráculo a sudor ajeno. Hacen
aquellos primero elección de la lección, y sírvenle después en quintas esencias el saber. Pero el
que no pudiere alcanzar a tener la sabiduría en servidumbre, lógrela en familiaridad.
16. Saber con recta intención. Asegura fecundidad de aciertos. Monstruosa violencia fue
siempre un buen entendimiento casado con una mala voluntad. La intención malévola es un
veneno de las perfecciones y, ayudada del saber, malea con mayor sutileza: ( infeliz eminencia la
que se emplea en la ruindad! Ciencia sin seso, locura doble.
17. Variar de tenor en el obrar. No siempre de un modo, para deslumbrar la atención, y
más si émula. No siempre de primera intención, que le cogerán la uniformidad, previniéndole, y
aun frustrándole las acciones. Fácil es de matar al vuelo el ave que le tiene seguido, no así la que
le tuerce. Ni siempre de segunda intención, que le entenderán a dos veces la treta. Está a la espera
la malicia; gran sutileza es menester para desmentirla. Nunca juega el tahúr la pieza que el
contrario presume, y menos la que desea.
18. Aplicación y Minerva. No hay eminencia sin entrambas, y si concurren, exceso. Más
consigue una medianía con aplicación que una superioridad sin ella. Cómprase la reputación a
precio de trabajo; poco vale lo que poco cuesta. Aun para los primeros empleos se deseó en
algunos la aplicación: raras veces desmiente al genio. No ser eminente en el empleo vulgar por
querer ser mediano en el sublime, excusa tiene de generosidad; pero contentarse con ser mediano
en el último, pudiendo ser excelente en el primero, no la tiene. Requiérense, pues, naturaleza y
arte, y sella la aplicación.
19. No entrar con sobrada expectación. Ordinario desaire de todo lo muy celebrado antes,
no llegar después al exceso de lo concebido. Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado,
porque el fingirse las perfecciones es fácil, y muy dificultoso el conseguirlas. Cásase la
imaginación con el deseo, y concibe siempre mucho más de lo que las cosas son. Por grandes que
sean las excelencias, no bastan a satisfacer el concepto, y como le hallan engañado con la
exorbitante expectación, más presto le desengañan que le admiran. La esperanza es gran
falsificadora de la verdad: corríjala la cordura, procurando que sea superior la fruición al deseo.
Unos principios de crédito sirven de despertar la curiosidad, no de empeñar el objeto. Mejor sale
cuando la realidad excede al concepto y es más de lo que se creyó. Faltará esta regla en lo malo,
pues le ayuda la misma exageración; desmiéntela con aplauso, y aun llega a parecer tolerable lo
que se temió extremo de ruin.
20. Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No
todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque le tuvieron, no acertaron a lograrle. Fueron
dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta
las eminencias son al uso. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no es su siglo,
muchos otros lo serán.
21. Arte para ser dichoso. Reglas hay de ventura, que no toda es acasos para el sabio;
puede ser ayudada de la industria. Conténtanse algunos con ponerse de buen aire a las puertas de
la fortuna y esperan a que ella obre. Mejor otros, pasan adelante y válense de la cuerda audacia,
que en alas de su virtud y valor puede dar alcance a la dicha, y lisonjearla eficazmente. Pero, bien
filosofado, no hay otro arbitrio sino el de la virtud y atención, porque no hay más dicha ni más
desdicha que prudencia o imprudencia.
22. Hombre de plausibles noticias. Es munición de discretos la cortesana gustosa
erudición: un práctico saber de todo lo corriente, más a lo noticioso, menos a lo vulgar. Tener una
sazonada copia de sales en dichos, de galantería en hechos, y saberlos emplear en su ocasión, que
salió a veces mejor el aviso en un chiste que en el más grave magisterio. Sabiduría conversable
valioles más a algunos que todas las siete, con ser tan liberales.
23. No tener algún desdoro. El sino de la perfección. Pocos viven sin achaque, así en lo
moral como en lo natural, y se apasionan por ellos pudiendo curar con facilidad. Lastímase la
ajena cordura de que tal vez a una sublime universalidad de prendas se le atreva un mínimo
defecto, y basta una nube a eclipsar todo un sol. Son lunares de la reputación, donde para luego, y
aun repara, la malevolencia. Suma destreza sería convertirlos en realces. De esta suerte supo
César laurear el natural desaire.
24. Templar la imaginación. Unas veces corrigiéndola, otras ayudándola, que es el todo
para la felicidad, y aun ajusta la cordura. Da en tirana: ni se contenta con la especulación, sino que
obra, y aun suele señorearse de la vida, haciéndola gustosa o pesada, según la necedad en que da,
porque hace descontentos o satisfechos de sí mismos. Representa a unos continuamente penas,
hecha verdugo casero de necios. Propone a otros felicidades y aventuras con alegre
desvanecimiento. Todo esto puede, si no la enfrena la prudentísima sindéresis.
25. Buen entendedor. Arte era de artes saber discurrir: ya no basta, menester es adivinar, y
más en desengaños. No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del
corazón y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio
decir; recíbanse del atento a todo entender: en lo favorable, tirante la rienda a la credulidad; en lo
odioso, picarla.
26. Hallarle su torcedor a cada uno. Es el arte de mover voluntades; más consiste en
destreza que en resolución: un saber por dónde se le ha de entrar a cada uno. No hay voluntad sin
especial afición, y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras: unos de la
estimación, otros del interés, y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos para el
motivar, conociéndole a cada uno su eficaz impulso: es como tener la llave del querer ajeno. Hase
de ir al primer móvil, que no siempre es el supremo, las más veces es el ínfimo, porque son más
en el mundo los desordenados que los subordinados. Hásele de prevenir el genio primero, tocarle
el verbo después, cargar con la afición, que infaliblemente dará mate al albedrío.
27. Pagarse más de intensiones que de extensiones. No consiste la perfección en la
cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro, es descrédito lo mucho.
Aun entre los hombres, los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros
por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios. La
extensión sola nunca pudo exceder de medianía, y es plaga de hombres universales por querer
estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica si en materia sublime.
28. En nada vulgar. No en el gusto. ( Oh, gran sabio el que se descontentaba de que sus
cosas agradasen a los muchos!: hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos. Son
algunos tan camaleones de la popularidad, que ponen su fruición no en las mareas suavísimas de
Apolo, sino en el aliento vulgar. Ni en el entendimiento, no se pague de los milagros del vulgo,
que no pasan de espantaignorantes, admirando la necedad común cuando desengañando la
advertencia singular.
29. Hombre de entereza. Siempre de parte de la razón, con tal tesón de su propósito, que
ni la pasión vulgar, ni la violencia tirana le obliguen jamás a pisar la raya de la razón. Pero ) quién
será este fénix de la equidad?, que tiene pocos finos la entereza. Celébranla muchos, mas no por
su casa; síguenla otros hasta el peligro; en él los falsos la niegan, los políticos la disimulan. No
repara ella en encontrarse con la amistad, con el poder, y aun con la propia conveniencia, y aquí es
el aprieto del desconocerla. Abstraen los astutos con metafísica plausible por no agraviar, o la
razón superior, o la de estado; pero el constante varón juzga por especie de traición el disimulo;
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