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El Velo 01: Ángeles y Demonios



             EL VELO:

ÁNGELES Y DEMONIOS                                                                         TIFFANY AARON

 


 


EL VELO 1:

 

ÁNGELES

Y DEMONIOS

 

 

LIBRO 1 DE LA SERIE EL VELO

 

TIFFANY AARON
Índice

 

Resumen:              4

VOLUMEN 1: EL ÁNGEL DE BELTAINE              5

Prólogo              6

Capítulo Uno              10

Capítulo Dos              15

Capítulo Tres              21

Capítulo Cuatro              29

Capítulo Cinco              36

Capítulo Seis              43

Capítulo Siete              53

Capítulo Ocho              62

VOLUMEN 2: EL DEMONIO DE KALAN              68

Prólogo              69

Capítulo Uno              69

Capítulo Dos              69

Capítulo Tres              69

Capítulo Cuatro              69

Capítulo Cinco              69

Capítulo Seis              69

Capítulo Siete              69

Capítulo Ocho              69

Capítulo Nueve              69

Capítulo Diez              69

Capítulo Once              69

Capítulo Doce              69

Capítulo Trece              69

Capítulo Catorce              69

Capítulo Quince              69


Resumen:

El infierno explota desparramado... y las cosas se ponen más ardientes que nunca.

Un delgado Velo se acomoda entre el Infierno y la Tierra, protegiendo a los mortales de los demonios al otro lado. Cuando un demonio taimado logra cruzar al otro lado, la protectora Beltaine entra para eliminarlos.

Medio demonio, medio mortal, Beltaine ha visto lo peor que ambas especies pueden ofrecer. Ahora un lunático trata de desgarrar el Velo por la mitad. La consiguiente guerra destruirá el mundo. Beltaine debe encontrar al maligno hombre decidido a asumir el control del Infierno... y tiene que hacerlo con el ángel más excitante que alguna vez se ha encontrado.

Es la primera misión de Kalan a solas para la Hueste de la Corte Celestial, y está consternado al encontrar que tiene que trabajar con una mujer engendrada por un demonio. La participación de Beltaine le irrita, pero sus exuberantes curvas y su apetitosa boca impulsan a su cuerpo a la distracción.

Si la lujuria puede juntar los opuestos, ¿puede el amor y la confianza crecer entre ellos? ¿Encontrarán al psicópata que quiere una guerra con el Diablo y lo detendrán antes de que el Cielo desate su furia?

 


VOLUMEN 1: EL ÁNGEL DE BELTAINE


Prólogo

Él estaba parado en las sombras, una imagen refinadamente indiferente, pero la luz en sus ojos destruía esa ilusión. Sus ojos, negros como el tizón, ardían con rabia y locura. El servicio casi había concluido, y él estaría solo en unos minutos. Se movió nerviosamente mientras su excitación aumentaba. Esta noche daría los primeros pasos para alcanzar su venganza. El hombre giró y se ubicó detrás de uno de los pilares de la antigua iglesia cuando el sacerdote principal bajó por el pasillo. No podía arriesgarse a ser visto. Nadie debería saber lo que había hecho hasta que fuera demasiado tarde para que alguien pudiera detenerlo.

Pronto el santuario estuvo vacío, con sólo las llamas de las velas para ver. Él se arrodilló delante del altar. Clavando la mirada hacia arriba en el crucifijo, no pudo menos que preguntarse por qué el Hijo se había suicidado. La rabia destelló en su interior hasta que no pudo contener un gruñido de odio. Sus ardientes ojos encontraron la mirada fija del hombre en la cruz, y sintió una fría sacudida correr a través de él. Espera un momento, una voz tranquila de razón disparó en su mente. Él fue asesinado. Fue tu hijo el que se suicidó. La angustia destrozó su corazón, e inclinó su cabeza hacia el suelo.

La frescura del mármol le devolvió sus sentidos. Su hijo había muerto por suicidio, pero el hombre sabía que su hijo no tenía la culpa. El Diablo le obligó hacerlo, y el Diablo iba a pagarlo. Sólo llevaría un poco más de tiempo hasta poder hacer sus movimientos.

Levantándose, no volvió a mirar la cruz de nuevo. Él paseó a lo largo de un pasillo lateral hasta dónde había una pequeña y oscura puerta ubicada en la pared. Comprobó el lugar, asegurándose de que nadie lo seguía mientras abría la puerta y bajaba dentro del sótano de la iglesia. Temblando por el frío malsano y húmedo del sótano, buscó el símbolo en los grises ladrillos. Finalmente, en la parpadeante luz encontró la pequeña cruz invertida y la empujó. Un sonido chirriante rebotó en la oscuridad mientras un panel se movía para revelar un túnel que conducía hacia abajo.

Entró y bajó sigilosamente por el estrecho pasadizo. El panel se cerró detrás de él, impidiendo la entrada de la luz de la linterna. La confianza lo llenó mientras se abría paso muy por debajo de la iglesia y dentro de las catacumbas. Algunos de los más poderosos y religiosos líderes de la iglesia habían sido enterrados en esos sepulcros subterráneos. Su poder latente pendía en la oscuridad. Él no temía la oscuridad más de lo que temía la luz. Los débiles mortales creían que la luz les ayudaría, cuándo deberían tratar de alcanzar la oscuridad. El Mal estaba al acecho en ambos, pero era sólo en la oscuridad dónde él encontraría su venganza.

El túnel conducía hacia un pequeño cuarto circular decorado con tallas antiguas y un elaborado altar. Este había sido construido con la misma piedra gris en que fueron talladas las catacumbas. Dos gruesos pilares servían de apoyo a la gran pieza de piedra plana que formaba la cima del altar. Intrincadas tallas de criaturas aladas se retorcían en medio de las llamas. Dos cubos de hierro parecían provenir del centro de la mesa. Manchas oscuras salpicaban la piedra gris. Se preguntó si otros sacrificios habrían sido cometidos en esta cámara. Sabía que éste había sido un lugar de encuentro para los mismos hombres cuyos cuerpos estaban sepultados en las catacumbas.

Cuando entró en la cripta principal, un jadeo provino desde el centro del cuarto. Él permitió a su mirada detenerse sobre la muchacha que se arrodillaba sobre el sucio suelo, una sonrisa helada cruzó su cara. Su criado había logrado tener éxito esta vez. Dando vueltas alrededor de la muchacha, él la estudió desde cada ángulo.

Alguna vez ella fue bonita, pero el tiempo en las calles había borrado cualquier semejanza con esa muchacha que fue anteriormente. El negro pelo colgaba en flojas hebras sobre su sucia cara. Las contusiones que estropeaban su cara le dijeron que sus criados no habían sido muy amables al arrastrarla hacia las cámaras. Su ropa revelaba más de su cuerpo anoréxico de lo que la cubría y hablaba de cómo había vivido en las calles de Ericksberg. Él se sacudió las manos aferradas mientras ella se agarraba a su pierna con un jadeo. La repugnancia lo llenó cuando vio las marcas de agujas estropeando su piel. Los temblores sacudían su cuerpo, y se alejó de ella. Se acercó hacia una de las criptas en las paredes de las catacumbas. Levantó una tapa y recuperó su túnica.

–Por favor, señor déjeme ir.

–Lo lamento. Eres necesaria para algo mucho más importante que callejear. –Él no hizo caso a sus suplicantes ojos.

El terror brillaba en su cara, pero parecía dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de recuperar su libertad. Tirando su cabello hacia atrás, ahuecó sus pechos y los levantó hacia él.

–Puedo darte placer. Solo déjame ir cuando hayas terminado.

Él enmudeció. No habría forma alguna de que ensuciara su cuerpo tocándola.

Se desnudó y resbaló sobre su cabeza una túnica roja de seda. Le gustó sentir la fresca tela calentarse al absorber el calor de su propio cuerpo. Metiendo la mano en el ataúd otra vez, él sacó una larga cuerda. La muchacha chilló cuando tomó sus muñecas y las ató juntas. Cuando ella luchó por escaparse, él le sonrió abiertamente. Cuando ella descubrió que no podría romper la cuerda, comenzó a maldecirlo.

Él supo que esto era otro signo que su alma no era pura, pero no buscaba un sacrificio puro aquella noche. Él quería ver qué tan fuerte su poder era, y necesitaba sangre para el siguiente paso. Tomando sus manos atadas, la colgó de un gancho en medio del bajo techo que estaba sobre el altar y comenzó a cantar.

La tierra tembló y el poder se unió a su alrededor. Una pequeña sacudida de sorpresa rasgó a través suyo. Entonces las palabras del pequeño libro eran verdaderas. Había hechizos que hasta el mismo Diablo temía. Los gritos de la muchacha reverberaban sobre la piedra y la suciedad de las cámaras mortuorias. Tirando la brillante hoja de su cinturón, levantó su voz que se mezcló con sus agudos gritos. En los sonidos resonando detrás de él, juraría que oía cientos de voces participando. ¿Acaso eran los monjes y sacerdotes cuyos espíritus habitaban las criptas los que levantaban sus voces uniéndose a él?

Ante sus ojos, una luminiscencia brilló débilmente. Él no podía ver nada del otro lado de ella, pero sintió la presencia de seres que era mejor no ver. Había una urgencia construyéndose, algo le decían a través de la cortina. Las leyendas eran verdaderas. Había un velo que ocultaba el Infierno y sus moradores de los mortales sobre la Tierra. Para poder entrar en el reino del Diablo, tenía que partir esa barrera. El primer desgarrón iba a ser pequeño, pero para asegurarse que alcanzaría el poder tendría que crear una grieta más grande.

Su canto y los gritos de ella alcanzaron un crescendo hasta que la voz de ella desapareció bruscamente. Pequeños agujeros aparecieron sobre el velo donde su sangre lo golpeó. Cayendo de rodillas, él gritó cuando el triunfo se precipitó en su corazón y mente, enviándolo a una bienvenida oscuridad. El último pensamiento antes de perder la conciencia fue que había funcionado y pronto el Diablo pagaría por lo que le había hecho a su hijo.

* * * * *

Un demonio pequeño y oscuro forzó la barrera y se puso de pie cerca del hombre. Tocando su frente con una larga garra, siseó ante la locura que  enturbiaba el cerebro del mortal. La determinación del hombre de rasgar el velo en dos significaría que al final los demonios andarían por todas partes, pero la criatura no tenía el poder para detenerlo. Salió furtivamente de las catacumbas para buscar ayuda mortal.

Tratar con la gente podría ser un asunto difícil para un demonio. La intolerancia de los mortales ante criaturas diferentes a ellos hacía peligroso pedirles ayuda, pero no quería morir, y había sólo un mortal capaz de detener la rotura del velo. Esperaba que ella estuviera dispuesta a detener la destrucción porque su vida también estaba en el peligro.

Olas expansivas corrieron por el Cielo y el Infierno cuando la barrera fue violada. La hueste del Cielo y la horda del Infierno comenzaron a prepararse. Una batalla surgía en la distancia si el equilibrio no era restaurado. Los ángeles corrieron hacia la Tierra mientras los demonios bramaban ante el velo.


Capítulo Uno

–Ah, sí, cariño. Esto es estupendo. Continua. Me voy a correr. Me voy a correr.

Beltaine deseaba fervientemente que el hombre se callara. Era obvio que ir a un bar a media tarde para buscar a un hombre no había sido buena idea. Parecía que sólo los inútiles se sentaban por allí a las cuatro de la tarde. Tendría que ser más selectiva la próxima vez, ya que no le gustaba hablar mientras jodía. Cerrando los ojos, intentó bloquear su voz. No sabía su nombre ni tampoco quería conocerlo.

–Guau, podría hacer esto durante toda la noche.

De repente abrió los ojos, y esperó que fuera uno de esos hombres que duraban un minuto. La noche todavía no había caído y no existía la más mínima posibilidad de que le permitiera quedarse ni un momento más de lo que tardara en culminar una sola vez. Posó su mirada en las sombras sobre su hombro, esperando que terminara. Quizá entonces se callara de una puñetera vez. Se puso rígida cuando su mirada se encontró con los enrojecidos ojos de un pequeño demonio en la esquina de la habitación.

–Mierda –maldijo suavemente. Cuando veía demonios sabía que era un signo de que vendrían cosas terribles–. Aunque solo fuera por una vez, me gustaría ver un ángel y así saber que sucederá algo bueno –Masculló cuando empujó al tipo para apartarle–. Vístete y lárgate.

– ¿Qué diablos? No he terminado –se quejó.

Su fría mirada le atravesó.

–Yo sí. No tengo tiempo para esto –Lanzándole la ropa, le indicó la puerta de la calle–. No dejes que la puerta de la calle te golpee al salir.

–Puta –gruñó acercándose a ella.

En sus ojos no había miedo alguno, aun cuando él resultara treinta centímetros más alto que ella y pesara cincuenta kilos más. En el momento que estuvo lo suficientemente cerca como para tocarla, gruñó y reveló los colmillos.

–Me han llamado cosas peores hombres más espeluznantes que tú.

– ¡Joder! –Confundido, huyó del apartamento. Se giró para observar al demonio antes de que el hombre terminara de desaparecer.

Escuchó como se cerraba la puerta, pero mantuvo sus ojos sobre él.

– ¿Qué diablos haces aquí?

Éste parpadeó sorprendido, y supo que le había conmocionado que eligiera hablarle. Acercándose a ella, pareció querer tomarla. Formó una cruz en el aire y pronunció una única palabra. El demonio la siseó, pero quedó atrapado en un rincón hasta que pudiera realizar el ritual y se deshiciera de él. Arrugó la nariz para mostrarle su desagrado ante el olor a sulfúrico.

Dirigiéndose al baño, se introdujo en la ducha sin mirar el espejo situado sobre el lavabo. El agua caliente empañó el cristal y alivió su tensión. Beltaine sabía que la vista de su reflejo no debería molestarla. Cuando los demás la miraban, veían una menuda mujer de exuberantes curvas y un pecho que podía provocar lágrimas en el hombre más mundano. Veían unos rubios y largos rizos, junto con una delgada cara de altos pómulos. Se detenían durante un momento para observar sus ojos ámbar de alargado iris, pero la mayoría se convencían a sí mismos de que utilizaba lentillas. Nunca dedicó un solo momento para destruir sus complacidas creencias.

Cuando ella se miraba al espejo, veía una niña con miedo y dolor en los ojos. Veía las cicatrices que le estropeaban la piel, aunque en realidad no había ninguna señal porque su piel se curaba tan rápidamente como era cortada. Todavía podía oír el sonido del cinturón y la cólera de la voz. La sensación dañina del cuero y el metal cortante habían traído muchas lágrimas a sus ojos. Beltaine nunca lo había olvidado y desde entonces evitaba totalmente los espejos.

Lavándose el desagradable olor del sexo y del sudor, pensó en el demonio que estaba en su habitación. ¿Dónde se habría roto el equilibrio para que tal criatura pudiera cruzar la barrera? Tendría que encontrar esa debilidad y arreglarla. Cerró el agua de la ducha y comenzó a secarse la humedad.

La puerta de su apartamento se abrió de golpe, y escuchó como Roger la llamaba.

– ¿Beltaine, estas aquí?

Salía del baño, envolviéndose en una toalla, cuando él llegó a su habitación.

– ¿Qué diablos? –Soltó Roger cuando se detuvo en la entrada.

No supo si el comentario era por el demonio o por el hecho de que había dejado caer la toalla y estaba desnuda delante de su armario. Cogió unos pantalones y un top rojo chillón, se dio la vuelta y le cogió mirándola fijamente.

–Roger –ella le advirtió.

–Soy un sacerdote, Beltaine, no un santo. Si insistes en desfilar a mí alrededor, voy a mirar. –No apartó los ojos mientras ella se ponía los pantalones.

Colocándose el top por la cabeza, fijó la vista en él.

–Creo que tenemos cosas más importantes que hacer que pasar el tiempo comiéndome con los ojos –Inclinó la cabeza en dirección a la criatura que se debatía en el rincón.

–No parece peligroso –Se acercó a la cosa.

Antes de poder advertirle, el demonio saltó del rincón agitando las garras. Consiguió alejar a Roger evitando que la criatura pudiera rozar su piel. Pronunció una palabra que denotaba un poder total y la hizo aullar.

– ¡Maldición!, ¿Quieres morir? Esto no te tiene miedo.

Él se tocó el cuello blanco que llevaba.

– ¿Por qué no? Soy un sacerdote; ¿los demonios no deberían temerme?

–Como has dicho antes, no eres un santo. No has luchado contra los demonios el tiempo suficiente como para comprender que, de verdad, no temen a ningún hombre de Dios, porque todos vosotros tenéis almas de pecadores.

–A pesar de eso a ti te temen. ¿Por qué?

Ella le sacó de la habitación. Cogiendo sus llaves de la mesa situada al lado de la puerta, le condujo al exterior.

–Me temen porque no finjo ser lo que no soy. Una abominación mestiza entre hombre y demonio. Trato a ambas criaturas con igual desdén. Pero solo trato con los demonios cuando alguno traspasa la barrera.

– ¿Eres realmente una abominación? No creí que Dios permitiría vivir a una criatura así.

–No tengo ni idea de por qué decidió mantenerme viva. Hubiera sido mejor si no lo hubiera hecho. Por supuesto, a ti te deja vivir –Le indicó mientras bajaban y salían del edificio.

– ¡Ay! ¿Por qué estás de tan mal humor? –La siguió de cerca mientras ella iniciaba su camino por la acera.

–Puede que tenga que ver con el hecho de que mi sesión de sexo de esta tarde fue interrumpida por aquel pequeño demonio. No te lo tomes personalmente, Roger. No me gustan la mayor parte de los hombres, y si además son sacerdotes o algo parecido, aún me gustan menos.

–Cuéntame de nuevo ¿que es lo que tienes en contra de los sacerdotes? –Procuró mantenerse a su paso.

Beltaine nunca le había mencionado a Roger que su padre había sido sacerdote antes de dejar embarazada a su madre. No tenía intención de mencionar ese secreto a nadie. Logró lanzarle una cómica mirada.

– ¿Además del hecho de que tendéis a ser los impolutos jueces de aquellos que difieren de vuestras ideas preconcebidas del bien y del mal?

Él le lanzó una mueca.

–Sí, además de eso.

Se encogió de hombros.

–No sé. He descubierto que la mayoría de los hombres son unos idiotas, arrogantes y santurrones, que piensan con sus pollas en vez de con sus sesos. Aún tengo que encontrar al que me mire y no sea sexo lo primero que piense.

–Sólo somos humanos, cariño –Se rió Roger–. Este es el modo en el que nos hizo Dios.

–No creo que esa parte tenga nada que ver con Dios –Indicó al sacerdote que la siguiera.

–Espera, Beltaine –Tendió una mano para impedir que continuara–. El obispo me ha enviado a por ti.

–Lo sé. Por eso vamos a verle.

–No es por aquí.

–Sí, lo es. El obispo sabe que no me reuniré con él en una iglesia. Nos reuniremos en el campo santo, justo a las afueras de la ciudad.

–No entrarás en una iglesia, pero te reunirás con él en un cementerio. ¿Un poco raro, no?

–Un cementerio esta lleno de muertos. No temo a los muertos. Una iglesia podría ser solo un edificio, pero es un lugar de culto para los vivos, y es en los vivos en los que no confío. Cada uno tiene sus pequeñas manías –Continuando en dirección al cementerio, se aseguró que Roger permaneciera a su lado.

– ¿Por qué había un demonio en tu apartamento?

–Siempre tengo a uno encadenado como a un animal domestico. ¿No crees que sirva como un buen perro guardián?

– ¿Alguna vez te tomas las cosas en serio? La manifestación de un demonio en esta dimensión no es buena.

–Roger, chico, eres un maestro del eufemismo. He aprendido que no hay que tomarte muy en serio. El orgullo precede a la caída y todas esas tonterías –Se detuvo a la entrada de la pradera, donde la ciudad enterraba a la gente sin hogar y a los desconocidos que tenían la audacia de morir en sus calles. Envió una oleada de poder por las tumbas y lápidas. No parecía que hubiera nadie más a parte del obispo–. Vamos a acercarnos y hablar con él, Roger. Tengo cosas que hacer antes de poder encontrar el punto débil.

Avanzaron lentamente por el cementerio. Mantuvo todos sus sentidos alerta, pues no confiaba en el obispo más allá de lo que podía hacerlo. El sacerdote de más alto rango de la diócesis, permanecía al lado de una simple cruz de madera de una tumba reciente. Se estremeció cuando vio la negra impureza de la tierra. El mohoso olor la devolvió al día en que enterró a su padre, y no fue un día que quisiera volver a recordar.

–Aquí estoy, para hablar. Ya sabe que no tengo tiempo que perder.

–Lo sé, demonio, pero hay cosas que tienes que saber –La voz del obispo era profunda y dominante.

– ¿Qué podría tener que saber? Ya he tratado con este tipo de desordenes antes, y arreglaré el problema.

–El consejo ha hecho otros proyectos para ti; Kalan –saludó el obispo cuando sus ojos se desviaron sobre su hombro, y entonces supo que él, junto con los miembros de consejo, la habían traicionado.

El consejo de la ciudad estaba compuesto por los miembros más poderosos y ricos de la ciudad. Controlaban todo e...

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